2 palabras del Papa a consagrados: “Discernir y acompañar”

Discurso a participantes en plenaria de la Congregación para Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica

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Audiencia a los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, 11 dic. 2021 © Vatican Media

“Creo que su servicio, hoy más que nunca, se resume en dos palabras: discernir y acompañar”, dijo el Papa Francisco a los consagrados. El pasado sábado, 11 de diciembre de 2021, el Santo Padre recibió en audiencia a los participantes en la plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

“Conozco la multiplicidad de situaciones con las que hay que lidiar a diario. Situaciones a menudo complejas, que requieren un estudio profundo, en su historia, en diálogo con los Superiores de los institutos y con los Pastores. Es el trabajo serio y paciente del discernimiento, que sólo puede realizarse en el horizonte de la fe y la oración”, indicó el Pontífice. “Discernir y acompañar”, insistió: “Acompañar especialmente a las comunidades de reciente fundación, que también están más expuestas al riesgo de autorreferencia”.

Y en este sentido, destaca, “hay un criterio esencial de discernimiento: la capacidad de una comunidad, de un instituto de ‘integrarse en la vida del Santo Pueblo de Dios para el bien de todos’. (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 130). ¿Es este instituto capaz de integrarse en la vida del Pueblo Santo fiel de Dios o no? Este criterio es decisivo para el discernimiento”.

A continuación, sigue el discurso completo de Francisco, traducido del italiano por Exaudi.

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Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Os doy la bienvenida al final de la Asamblea Plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Agradezco al prefecto, cardenal João Braz de Aviz, sus palabras de presentación. Saludo al secretario, monseñor José Rodríguez Carballo, y a todos los miembros del Dicasterio, presentes y ausentes. Tantos cardenales en el Dicasterio, ¡esto parece casi un cónclave!

Os agradezco todo el trabajo que hacéis al servicio de la vida consagrada en la Iglesia universal. Me gustaría decir: al servicio del Evangelio, porque todo lo que hacemos está al servicio del Evangelio, y vosotros en particular servís a ese “evangelio” que es la vida consagrada, para que sea tal, sea el Evangelio para el mundo de hoy. Quiero expresar mi gratitud y quiero animarlos, porque sé que su tarea no es fácil. Por eso quiero expresar mi cercanía a todos los que creen en el futuro de la vida consagrada. Estoy cerca vuestra.

Pienso en el espíritu que animaba a san Juan Pablo II cuando convocó el Sínodo de los Obispos sobre este tema: por una parte, existía la conciencia de un tiempo de fatiga, de experiencias innovadoras no siempre con resultados positivos (cf. Exhortación apostólica post-sínodo Vita consecrata, 13); existía, y existe aún más ahora, la realidad de la disminución numérica en varias partes del mundo; pero sobre todo prevalecía, y prevalece, la esperanza, fundada en la belleza del don que es la vida consagrada (cf. ibíd.). Esto es lo decisivo: centrarse en el don de Dios, en la gratuidad de su llamada, en el poder transformador de su Palabra y de su Espíritu. Con esta actitud os animo a vosotros y a todos los que, en los diversos institutos y en las Iglesias particulares, ayudan a los consagrados y consagradas, partiendo de una memoria “deuteronómica”, a mirar al futuro con confianza. ¿Por qué digo memoria deuteronómica? Porque es muy importante recordarlo. Ese mensaje del Deuteronomio: “Recuerda a Israel, recuerda”. Esa memoria de la historia, de la propia historia, de la propia institución. Ese recuerdo de las raíces. Y eso nos hace crecer. Cuando perdemos esa memoria, ese recuerdo de las maravillas que Dios ha hecho en la Iglesia, en nuestro instituto, en mi vida -todo el mundo puede decirlo-, perdemos fuerza y no podremos dar vida. Por eso digo memoria deuteronómica.


Creo que su servicio, hoy más que nunca, se resume en dos palabras: discernir y acompañar. Conozco la multiplicidad de situaciones con las que hay que lidiar a diario. Situaciones a menudo complejas, que requieren un estudio profundo, en su historia, en diálogo con los Superiores de los institutos y con los Pastores. Es el trabajo serio y paciente del discernimiento, que sólo puede realizarse en el horizonte de la fe y la oración. Discernir y acompañar. Acompañar especialmente a las comunidades de reciente fundación, que también están más expuestas al riesgo de autorreferencia.

Y en este sentido hay un criterio esencial de discernimiento: la capacidad de una comunidad, de un instituto de “integrarse en la vida del Santo Pueblo de Dios para el bien de todos”. (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 130). ¿Es este instituto capaz de integrarse en la vida del Pueblo Santo fiel de Dios o no? Este criterio es decisivo para el discernimiento. La vida consagrada nace en la Iglesia, crece y puede dar frutos evangélicos sólo en la Iglesia, en la comunión viva del Pueblo de Dios fiel. Por ello, “los fieles tienen derecho a ser advertidos por sus Pastores sobre la autenticidad de los carismas y la fiabilidad de quienes se presentan como fundadores” (M.P. Authenticum charismatis, 1 de noviembre de 2020).

En el discernimiento y el acompañamiento, hay ciertas atenciones que deben mantenerse siempre vivas. Atención a los fundadores que a veces tienden a ser autorreferenciales, a sentirse los únicos custodios o intérpretes del carisma, como si estuvieran por encima de la Iglesia. Atención a la pastoral vocacional y a la formación propuesta a los candidatos. Atención a la forma de ejercer el servicio de la autoridad, con especial atención a la separación entre el foro interno y el externo -cuestión que me preocupa mucho-, a la duración de los mandatos y a la acumulación de poderes. Y atención a los abusos de autoridad y poder. Sobre este último tema tuve en mis manos un libro recientemente publicado por Salvatore Cernuzio sobre el problema de los abusos, pero no de los abusos flagrantes, sino de los abusos cotidianos que hieren la fuerza de la vocación.

Por lo que respecta al discernimiento con vistas a la aprobación de nuevos institutos, nuevas formas de vida consagrada o nuevas comunidades, os invito a desarrollar la cooperación con los obispos diocesanos. E insto a los pastores a que no se asusten y a que acojan plenamente su acompañamiento. Es responsabilidad del párroco acompañar y, al mismo tiempo, aceptar este servicio. Esta colaboración, esta sinergia entre el Dicasterio y los Obispos permite también evitar -como pide el Concilio- la creación inoportuna de institutos que carecen de una motivación suficiente o de un vigor adecuado (cf. Decr. Perfectae caritatis, 19), quizás con buena voluntad, pero falta algo. Su servicio es valioso para tratar de proporcionar a los Pastores y al Pueblo de Dios criterios válidos de discernimiento.

La escucha mutua entre las oficinas de la Santa Sede y los Pastores, así como los Superiores Generales, es un aspecto esencial del camino sinodal que hemos iniciado. Pero en un sentido más amplio y fundamental, diría que los consagrados y consagradas están llamados a dar una importante contribución a este proceso: una contribución para la que se nutren -o deberían nutrirse- de la familiaridad con la práctica de la fraternidad y del compartir tanto en la vida comunitaria como en el compromiso apostólico.

Al principio hablé de la memoria “deuteronómica”, y lo que me viene a la mente -sobre la memoria de las raíces- es lo que dice Malaquías: ¿cuál es el castigo de Dios? Cuando Dios quiere aniquilar a una persona, aniquilar a un pueblo, o -digamos- a una institución, hace que quede -dice Malaquías- “sin raíces y sin brotes”. Si no tenemos esta memoria deuteronómica y no tenemos el valor de sacar de ella el jugo para crecer, no tendremos ni siquiera brotes. Una fuerte maldición: estar desarraigado y sin brotes.

Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias por el trabajo diario de discernimiento y acompañamiento que realizáis. Que el Señor os bendiga y que la Virgen os proteja. Y por favor -como dicen los españoles- “paso la gorra” [os pido limosna] y os pido que recéis por mí porque lo necesito. ¡Feliz Adviento y Feliz Navidad!

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